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Guido Pagliarino

El monstruo de tres brazos  Los satanistas de Turín

Dos cuentos largos ambientados a finales de los años 50 y principos de los 60 del siglo XX

Traducción del italiano al español por Mariano Bas

Tektime Editore © Copyright Guido Pagliarino

  Vea la edición original en italiano

   Alguien entre los libreros que venden este libro                     Prólogo del autor

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ISBN paper book 9788893987967

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 ISBN ebook 9788893987950

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 Prólogo del autor                                                                                   TOP                  

    Escribí estos dos cuentos largos en 1994 y 1995, poco antes de que apareciera la moda de las novelas negras y policiacas italianas, y son obras basadas en las figuras de Vittorio D’Aiazzo, comisario y luego subjefe de policía, y Ranieri Velli, su ayudante y amigo, personajes que, uno u ambos, vuelven en otras obras mías: hace muy poco tiempo que ha salido de las imprentas de la editorial Genesi la última novela sobre el personaje de D’Aiazzo, la precuela La furia de los insultados.
En estas obras siempre he prestado en primer lugar atención a las psicologías y los ambientes, todos en un pasado más o menos reciente y con algo de nostalgia por esa Turín de mi adolescencia y juventud que ya no existe. Estaban y están destinadas a los lectores de narrativa en general que, aunque no desdeñen obras que tratan sobre delitos, no tienen gustos picantes. Por tanto, no esperéis cuentos al estilo de Raymond Chandler o James Ellroy o, quedándonos en Europa, de Manuel Vázquez Montalbán, pero tampoco, por otro lado, se realizan deducciones enrevesadas, muy poco verosímiles, como las ideadas por Agatha Christie.
La acción del par de cuentos incluidos en este libro se desarrolla en un periodo todavía pre-informático, entre finales de la década de 1950 e inicios de la de 1960, en una Turín donde, en el área de Porta Palazzo y alrededores, donde transcurre la primera obra, no vivían todavía, como hoy, prácticamente solo extracomunitarios, sino ancianos piamonteses jubilados, originarios de la zona, y familias jóvenes de inmigrantes del sur; una ciudad donde arterias principales, como el Corso Vittorio Emanuele II y el Corso Regina Margherita casi veían más medios públicos de transporte que privados. Por estos últimos y por los contraviales circulaban muchas bicicletas, algunas a motor, mientras que ya se veían los primeros 600 y 500, normalmente comprados a plazos, con kilos de letras, por algún empleado que prosperaba en su carrera o que trabajaba en la reina FIAT, señora hasta hoy de Turín y alrededores. También retumbaban aquí y allá los automóviles de mayor precio, adquiridos por exponentes de la burguesía alta y media, como el FIAT 1400 y el Alfa Romeo 1900 (este usado también por la policía: la llamada Pantera) o como el fantasmagórico y apropiado para los hijos jóvenes de los ricos Lancia Aurelia Sport 1200, el de la película «La escapada», que competía directamente con el Alfa Giulietta Spider 1300. Con los automóviles y las bicicletas circulaban las Vespa y Lambretta, junto a algunas motocicletas de pequeña cilindrada. Aquella era una época en la que no existían todavía el ordenador personal ni el móvil, todas las familias tenían radio, pero poquísimas televisor, en blanco y negro y solo con el canal de la RAI: pero no había publicidad, salvo el simpático y hoy en día casi mítico «Carosello». Una Turín, en suma, en la que un investigador podía trabajar casi como sus colegas de los clásicos de la novela europea negra y policiaca de los años 1920 a 1950.
En el primer cuento, «D'Aiazzo y el monstruo de tres brazos» un anticuario y restaurador turinés, Tarcisio Benvenuto, hombre de físico deforme, que al nacer fue abandonado por su madre desconocida y dejado a la caridad de las monjas de una institución religiosa turinesa, es golpeado hasta la muerte por personas desconocidas. Desde la nada, trabajando sin pausa, se había convertido en propietario de una tienda de ventas al por mayor y al detalle en la zona de Porta Palazzo. Las monjas que lo educaron lo recuerdan como una persona con una bondad casi angélica, igual que otros, como su jovencísima empleada Mariangela, que, incluso, parece estar enamorada a pesar de su aspecto monstruoso. Todo lo contrario afirma Giulia, su antigua dependiente, atractiva y desinhibida, ahora prostituta y otro de sus empleados de almacén, Alfonso, igual que otros, como algunos pequeños comerciantes clientes de Benvenuto: según todos ellos, había sido un individuo furioso y vengativo. El comisario, después de buscar y someter a interrogatorio a más de un sospechoso (solo estamos, curiosamente, a poco más de dos tercios del cuento), descubre al homicida. El resto de la narración se dedica al por qué y al cómo, que el policía explica a su ayudante y, con él, al lector. Por el contrario, en el segundo cuento «D'Aiazzo y los satanistas», las investigaciones, relativas a matanzas y violencia carnal prosiguen hasta casi el final: Una furgoneta de la Policía encuentra en la calle, caído en el suelo sobre su propia sangre, el cadáver de un maduro pequeño industrial, el comendador Paolo Verdi, cuyo joven hijo Carlo, doctor en psicología, está en prisión a la espera de juicio, acusado de la violación de Giuseppina Corsati, dactilógrafa de su padre y poco más que una adolescente, pero él declara al comisario D'Aiazzo que no es culpable. En la cárcel es objeto de brutalidades por parte de otros detenidos, tal vez debido al distorsionado sentido de «justicia» por el que los violadores se ven vejados por compañeros de detención o tal vez por orden externa de alguien para intimidar a Carlo y hacer que se deje condenar sin defenderse. Es verdad que se produjo la pérdida de virginidad de Giuseppina, se ven sus señales, pero ¿no podría ser que quizá la familia de ella hubiera simulado la violación para conseguir una indemnización? Es verdad que los Corsati no son ejemplares, sino que los varones son los abusones del barrio y en concreto el padre, que fue suboficial de las Brigadas Negras al lado de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, es un bruto absoluto: ¿puede haber sido él mismo el que violó a Giuseppina, con el consentimiento de esta? ¿O tal vez alguno de sus hermanos? Carlo pide al comisario que le crea. Intervienen en la historia el poco inteligente Carlone, que tuvo en el pasado relaciones ocultas con el papá Verdi, y un filósofo con habilitación docente en la Universidad de Turín y exoficial en la República de Salò, junto a cuyo hermano, que muy al contrario fue miembro de Comité de Liberación Nacional, trabaja como sirvienta Luciana Corsati, madre de Giuseppina. Detrás de los hechos aparecen también parlamentarios corruptos y, en cierto momento, emana una exhalación sulfúrea que extinguirá el comisario consiguiendo hacer justicia, o casi.
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